Alrededor del rito giran una serie de supersticiones, la mayoría generadas durante la Edad Media. Una de estas es la que se contrae en la frase: «Algo viejo, algo nuevo, algo prestado o usado y algo azul», cada uno representando aspectos que se desean para el futuro de la pareja; lo viejo sería la conexión de la novia con su pasado y con su futuro, lo nuevo era la esperanza sobre un brillante futuro, lo prestado radicaba en que, se creía, la felicidad podía alanzarse usando una prenda de alguien que fuese feliz, mientras que lo azul trataba la fidelidad de los novios para con el otro. Otra costumbre era la de que ambos participantes llevasen monedas en sus zapatos que, por cierto, debían ser completamente nuevos. También se tenían ciertos días en los que eran más propicio celebrar la boda.
Cada aspecto involucrado tiene un significado. Un ejemplo de esto es el color del vestido de novia, siendo el blanco reservado para las vírgenes o puras, el amarillo para las que desean la fertilidad y el rojo para las que no son vírgenes. El velo, de igual forma, representa la juventud de la mujer; en la iglesia católica, por su parte, es utilizado como símbolo de pureza. El ramo de flores representa el mérito y la felicidad; el pañuelo de lágrimas, según antiguas creencias, era vital, puesto que si la novia lloraba el día de su boda, no lloraría más en su vida. Por último, la dama de honor debería ser una niña, menor de 12 años, que tenga un vínculo sanguíneo directo con la novia; en caso de que no haya, en algunas culturas se toma a un niño y se le colocan vestiduras del sexo opuesto.