Su mandato se caracterizó por ser expansivo, ya que continuó con la conquista y anexión del reino lombardo, localizado al norte de Italia, la cual se llevó a cabo en el año el 774, a través de la alianza llevada a cabo por los francos y el Papado. Luego de la dominación de Italia. Carlomagno concentró sus energías en Sajonia, empresa que le exigió dieciocho campañas seguidas que se llevaron a cabo entre los años 772 y 804. Carlomagno dominaba de esa forma el más importante reino de la época; pero para que este se mantuviera intacto tuvo que combatir de forma constante, muchas veces apagando rebeliones o resistencias dentro de sus territorios y otras para asegurar las fronteras contra enemigos externos al imperio.
Entre las campañas contra los enemigos externos es importante mencionar la guerra contra los Ávaros en la frontera oriental, la cual lo llevó a dominar los territorios de la actual Hungría, Croacia y algunas regiones Serbia.
Geográficamente hablando el reino de Carlomagno representa la totalidad de lo que es en la actualidad el territorio de Francia, Suiza, Austria, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y una gran parte de Alemania, Italia, Hungría, la República Checa, Croacia y Eslovaquia. Razón por la cual es considerado un predecesor de la unidad en Europa. Es importante señalar que ningún monarca hasta entonces había logrado reunir en su mando un territorio tan grande desde la caída del Imperio Romano.
En el año 800 el papa León III nombra a Carlomagno como emperador, iniciando de esa manera un nuevo Imperio germánico, el cual tendría sus repercusiones hasta el siglo XIX. Sin embargo, la continuidad de este Imperio germánico con el Imperio Romano de Occidente, ya había decaído unos 300 años antes. La restauración de la idea imperial fue prácticamente una fantasía, ya que significaba una aspiración a un poder universal sobre el resto de los diversos reinos, que sería la contrapartida temporal de la supremacía del papa en el plano religioso.