El material con que se elabora la hostia es trigo el cual es reducido a harina y disuelto en agua, una vez hecha la masa, se extiende entre dos planchas calientes, lo que permite la evaporación de los líquidos. De esta forma se obtienen láminas de pan súper delgadas, para finalizar se cortan con moldes especiales.
Durante la celebración de la eucaristía, el sacerdote procede a la consagración del pan y del vino, los cuales según la doctrina cristiana representan el cuerpo y la sangre de Dios. Los católicos creen fielmente en la transubstanciación, la cual se refiere a la transformación, durante el momento de la consagración, de la hostia en carne de Cristo.
Muchos opinan que Jesús al decir a sus discípulos que el pan que comerían durante la última cena representaba su carne y que el vino que beberían representaba su sangre, lo decía de manera simbólica. Sin embargo la iglesia católica, lo refuta, expresando que Jesús en realidad está corporalmente presente en el pan y en el vino, esta afirmación se encuentra fundamentada en el evangelio de San Juan 6:51-58 en donde dice “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
La hostia es ofrecida a los fieles durante la comunión, para poder recibirla, las personas deben haberse confesado, no ser simpatizante de ningún tipo de esoterismo, ni practicar el espiritismo, ni la santería.
Aquellas hostias que no se consumen durante la comunión son llevadas al sagrario, que es una especie de caja ubicada en la iglesia en donde la hostia consagrada es guardada. De esta manera los católicos sienten la presencia de Jesucristo en ella, pudiendo visitarlo y adorarlo.