Los kamikazes eran jóvenes pilotos japoneses entrenados para dar su vida si era necesario en los combates durante la segunda guerra mundial. Utilizaban sus aeronaves como proyectiles, con la finalidad de ocasionar el mayor daño posible. El plan de utilizar a los pilotos como balas humanas surgió del almirante Takijiro Onishi en el año 1944, ante la falta de eficacia de la marina japonesa para vencer a la tropa estadounidense, se puede decir que esta idea dio sus frutos ya que en total fueron 34 barcos hundidos y 288 dañados por pilotos kamikaze.
Los resultados de estos enfrentamientos dejaron una huella psicológica muy profunda en cada soldado japonés, por lo que cada vez era mayor el número de voluntarios para realizar estas misiones, ya que era una forma honorable de morir. Esta manera de pensar estaba fuertemente enraizada en el pensamiento japonés, ya que el sentido del honor y la obediencia, formaban parte de la concepción del deber o “Giri”. El deber es un principio fundamental de la mentalidad japonesa, ideas heredadas de los antiguos conceptos morales que estuvieron presente en el Japón durante la edad media y que fueron adoptadas en el reglamento de conducta de los guerreros samurái.
Antes de partir a su último combate, el aviador kamikaze era agasajado por sus superiores con un pote con una bola de arroz y una copa de sake. Era un acto muy simbólico y afectivo. El piloto se colocaba una cinta blanca en la cabeza, y ya el avión se encontraba dispuesto con explosivos de gran impacto.
En el resto del mundo, esta palabra ha sido utilizada para referirse a toda clase de ataques suicidas o terroristas, sea cual sea la nacionalidad del atacante y la metodología empleada (coche bombas, explosivos, etc.).