Unas de las consideraciones de ser una persona legalista, es la tendencia que se tienden a olvidar que lo correcto no solo consiste en ser obediente a ciegas de las leyes y ser extremista si las acciones van acompañadas de una doble intención, como el que da ayuda y desea que sea reconocido de una manera pública como un ser muy generoso. El legalista se siente seguro de su condición que puede llegar a excluir a los demás, dando su propia interpretación de las leyes, tomando partes específicas de la misma para su propio beneficio, dándole el significado que ellos desean que tenga; creyendo que dejar de hacer o evitar cosas no es una garantía de salvación o de no cometer errores en la vida. Se puede mencionar tres clases de legalista, el que usa la ley para conseguir una salvación, la otra que trata de mantenerla porque ya la tiene y el que lo utiliza para despreciar a los demás por su condición de salvo.
Se conoce a través de la historia una guerra civil llamada la revolución legalista, que ocurrió en Venezuela el 6 de marzo del año 1892, a cargo de la tropa rebelde el legalista Joaquín Crespo alzándose contra el gobierno continuista del presidente Raimundo Andueza Palacios que quería extender su gobierno por dos años más.