El francés planteó como es la reacción de una carga puntual en presencia de otra y en ese sentido, cuál será la magnitud de la fuerza eléctrica de atracción con la que interactúan dichas cargas.
Realizó sus mediciones utilizando una balanza de torsión creada por él mismo, obteniendo como resultado que “dos cargas puntuales en reposo son directamente proporcionales al producto de la magnitud de ambas e inversamente proporcionales al cuadrado de la distancia que las separa”. En otras palabras, Charles-Agustín quiso expresar que la línea de separación entre ambas debe estar adecuada a su carga, pues si la distancia no es proporcional a la carga, la atracción será más débil.
Se define entonces que la fuerza de atracción con las que interactúan los objetos depende de su carga eléctrica y de si ésta es positiva o negativa. El signo de esa carga se desarrolla en la envoltura su núcleo, es decir, todo fenómeno eléctrico está compuesto por un átomo, el cual posee un núcleo formado por protones (carga positiva) y neutrones (sin carga), y envuelto por electrones (carga negativa). La interacción de su propia composición definirá entonces la fuerza de atracción al estar en presencia de otro objetivo que posea carga eléctrica.
Si ambas cargas tienen el mismo signo, es decir, si ambas son positivas o ambas negativas, las líneas de fuerza se repelen. Por el contrario, si las dos cargas tienen signos opuestos las líneas de fuerza se atraen.
Un ejemplo de la interacción entre cargas positivas y negativas, se puede apreciar con los imanes que si bien trabajan con el magnetismo y no con cargas eléctricas, poseen este mismo principio, donde dos imanes de cargas iguales se repelen, mientras que los que poseen cargas opuestas se unen.
Por último, se debe tener en consideración que esta ley sólo puede ser aplicada con objetos que poseen carga eléctrica, que son de pequeña dimensión en relación a la distancia que los separa y que se encuentran estáticos (sin movimiento), por eso la Ley de Coulomb también es conocida como electroestática.