Al lustro tenían que asistir todos los miembros de la comunidad, especialmente los Pater Familia (Padres de Familia) ya que si no asistían eran castigados con multas, e incluso podían ser relevados de sus cargos, deberes y responsabilidades como representantes de un grupo familiar hasta el siguiente lustro. En este ritual considerado como un ritual expiatorio, se lavaban las personas con los manantiales puros, algo equivalente a la purificación del alma que hoy en día conocemos. Recordemos que, las diferentes civilizaciones que habitaron al mundo, eran creyentes de diversas historias y mitos en los que sus oraciones y demás, conducían a la persona por la sagrada senda de lo estipulado por esa religión.
Los antiguos romanos, adoraban una especie de “versión adaptada” de los dioses griegos a sus costumbres. De hecho hasta les cambiaron los nombres y la forma en la que estos eran adorados. Los lustros eran una manera simbólica de demostrar que los romanos estaban comprometidos a mantener renovada su fe y su devoción, limpiando en aguas puras los pecados y malas obras que en el pasado debieron haber cometido.
Hoy en día el término lustro se usa de dos maneras, la primera para señalar al quinquenio que se produce de la espera de 5 años. Un lustro es entonces un espacio de tiempo de 5 años, suelen usarlo como una medida de tiempo histriónica. También lustro se le llama a lo que es reluciente, basándonos de nuevo en la etimología, el lustro al significar limpio pulcro, lo emplean para denotar aquello que no tiene suciedad. “Dar lustro” es pulir, frotar consistentemente una superficie (por lo general hablamos de metales como el cobre, el bronce y la plata hasta que esta obtenga brillo. Hay químicos y productos de limpieza que permiten un lustro más fácil al usarlos sobre la superficie de lo que se vaya a lustrar.
