Los magmas ascienden a la superficie por flotación (diferencia de densidad con el medio ambiente). El ascenso puede ser rápido y sin paradas, produciendo la salida superficial por medio de una erupción volcánica caracterizada por su baja explosividad. En otras ocasiones el magma no llega a la superficie y se detiene por un período de tiempo, más o menos dilatado, dando lugar a la formación de cámaras magmáticas.
En ellas se enfría el magma, generando procesos de diferenciación magmática a través de los cuales se producen cambios sustanciales en su composición química, así como en las condiciones de los gases disueltos en el líquido magmático.
Existen diferentes tipos de magma, los más comunes responden a tres tipos principales: basáltico, andesítico y granítico.
Magmas basálticos: pueden ser toleíticos, bajos en sílice (-50%) y producidos en las crestas, o alcalinos, ricos en sodio y potasio, producidos en zonas del interior de las placas tectónicas. Son los más comunes.
Magmas andesíticos: contenido de sílice (-60%) y minerales hidratados, como anfíboles o biotita. Se forman en todas las zonas de subducción, ya sea de corteza continental y oceánica.
Magmas de granito: tienen el punto de fusión más bajo y pueden formar grandes plutones. Se originan en zonas orogénicas como el andesítico, pero a partir de los magmas basálticos o andesíticos que atraviesan y funden rocas ígneas o sedimentarias metamorfoseadas de la corteza que, incorporadas al magma, alteran su composición. Por otro lado, según su composición mineral, el magma puede clasificarse en dos grandes grupos: máfico y félsico. Básicamente, los magmas máficos contienen silicatos ricos en magnesio y hierro, mientras que los felsics contienen silicatos ricos en sodio y potasio.