Entre los siglos III, IV y V, en la ciencia conocida como cristología, en donde se estudia la naturaleza tanto divina como humana de Jesús, además de su participación en los hechos bíblicos, se abre un debate concerniente a si a este posee una naturaleza única o, bien, si se trata de un ser que se movilizó en la Tierra, siendo mortal y una deidad. Esto tuvo su origen en la interpretación ofrecida por el monje Nestorio, natural de Alejandría, quien fue designado en algún momento como el obispo de la ciudad. Básicamente, el religioso declaraba que Jesús era simplemente un hombre al que Dios había ido a habitar.
La disputa fue finiquita definitivamente con el Concilio de Éfeso, lugar en el que el debate giró en torno al título que debía recibir la Virgen María de manera oficial, siendo la Madre de Jesús o la Madre de Dios. Así, la naturaleza de Jesús sería definida por completo. “María, la madre de Dios”, finalmente fue decido como el más acorde a la interpretación tradicional de las sagradas escrituras. Los nestorianos, por su parte, fueron condenados como herejes.