La sensación de sorpresa que vivimos ante lo que causa perplejidad no tiene, por definición, un carácter positivo o negativo. Ambas opciones son posibles Se puede decir que la estupefacción (sinónimo de perplejidad) produce un cierto grado de parálisis, como si el tiempo se hubiera detenido. Nos lleva unos segundos asimilar la idea de la perplejidad. En el lenguaje coloquial, se dice que “no salgo de mi asombro” cuando nos resulta difícil entender qué ha causado la sorpresa.
La perplejidad ocurre ante un hecho que causa conmoción. Estas son situaciones que generan sorpresa o impacto y, por lo tanto, evitan que el individuo reaccione de manera rápida o fluida. Supongamos que un ejecutivo va a participar en una reunión de negocios con un socio potencial. Cuando llega al lugar de la reunión, se acerca para saludar a la otra persona, pero el otro responde escupiéndole en la cara. La perplejidad, sin dudas, se hará cargo del ejecutivo, que se dislocará antes de la reacción.
No es suficiente que exista un evento raro para que expresemos perplejidad, debemos tener cierta capacidad de asombro. Las personas con gran sensibilidad o susceptibilidad son propensas a la perplejidad, ya que se impresionan fácilmente. Por otro lado, un individuo con un temperamento frío y cerebral probablemente será más difícil de sorprender y, en consecuencia, menos perplejo.
Que alguien esté perplejo frente a una situación o no, depende mucho de su sensibilidad, ya que si bien el mismo hecho paraliza a algunos, otros lo viven con naturalidad o al menos sin asombro extremo. La perplejidad o confusión mental que se paraliza sin encontrar una causa real que lo determine puede indicar el comienzo de una psicosis. También se aplica a los casos en que el sujeto ante una decisión trascendente vacila entre dos o más opciones, alcanzando un estado de tensión moral.