Preocuparse es tener la alarma del cuerpo encendida antes de que ocurra el accidente, por las dudas; Y si ese sistema de alarma orgánica, que debería funcionar cuando la situación de peligro es realmente inminente, sigue funcionando, genera sustancias químicas en el cuerpo que son dañinas para la salud.
Vivir preocupado es asumir la vida como algo peligroso, sin ninguna otra alternativa que nos permita relajarnos y disfrutar de las cosas.
Algunas preocupaciones, por lo tanto, son menores y pronto se quedan atrás. Otros pueden persistir con el tiempo y provocar problemas psicológicos como trastornos de ansiedad o incluso depresión.
En general acompañan a la ansiedad y aparece, si se trata de un problema de alta complejidad, tal es el caso de la depresión y la angustia. Especialmente en aquellos casos en que la persona no encuentra solución a sus preocupaciones con nada.
Cada persona, de acuerdo con sus convicciones y experiencias, desarrollará sus propias preocupaciones que no resultan ser coincidentes con las de otro, precisamente porque son individuos y piensan de manera diferente. La preocupación es una de las características del día a día de muchas personas, algo que para otros puede parecer una pesadilla imposible de cruzar. No es difícil distinguir los dos lados, y se usan etiquetas como «pesimistas» y «optimistas», respectivamente, aunque el trasfondo de estas formas aparentemente opuestas de enfrentar la vida no es fácil de entender.
Es importante comenzar a pensar si realmente vale la pena preocuparse por tantas cosas que pueden ser de relativa importancia; ser capaz de aprender a priorizar prioridades y reconocer y renunciar a los mandatos internos que los fuerzan a ocupar la mente inútilmente, dejando de lado las experiencias que nunca se repetirán y que pueden ser mucho más importantes.