Para que haya una reunión, primero debe haber algún tipo de separación o distanciamiento. Supongamos que dos jóvenes se crían juntos en Chile hasta que uno de ellos, cuando cumple 14 años, emigra con su familia a Italia. Diez años más tarde, regresa a su tierra natal y se encuentra nuevamente con su amigo de la infancia. Entonces se produce el reencuentro de ambos.
El reencuentro no tiene que ocurrir voluntariamente, o al menos no como resultado de la voluntad de todas las partes involucradas. Por un lado, puede suceder simplemente por casualidad, un día en el que todos están en el mismo punto geográfico al mismo tiempo; Esto, a su vez, puede llevar a un momento feliz, tenso o triste, entre otras posibilidades, de acuerdo con los deseos que cada uno tiene de ver a los demás.
Pero, además del caso en el que todas las personas que han dejado de ver intentan hacer la reunión, también existe la posibilidad de que uno de ellos haga lo posible para evitarlo o simplemente ignore la situación y se quede a un lado. Una reencuentro en el que no todos estén contentos de ver a los demás puede ser muy desagradable y acentuar las razones que causaron el distanciamiento al principio, o convertirse en una oportunidad inesperada para resolver las diferencias y restaurar la relación.
Hay reencuentros emocionados, por ejemplo, la reunión de seres queridos que regresan a casa durante las vacaciones de Navidad después de un tiempo de ausencia. Hay reencuentros que traen esperanza: como lo demuestra el apoyo de un amigo a otro que está sufriendo. Hay encuentros motivados por la tristeza: el funeral de una persona despedida por sus seres queridos y amigos.
Desde el punto de vista espiritual, también es posible hablar sobre el reencuentro personal con Dios que el creyente experimenta a través de sus espacios de oración. En este caso, es un reencuentro espiritual.
