Antes, en el castellano, se conocían como semáforos a la serie de torres que empleaban banderas y luces para transmitir información importante; igualmente, las estaciones ópticas telegráficas que avisaban de los movimientos de las embarcaciones, además de novedades significativas, también recibían el nombre de semáforos. Sin embargo, el dispositivo como se conoce en la actualidad, no fue ideado sino hasta el año 1868, por John Peake Knight, quien lo instaló en la ciudad de Londres, en una estación ferroviaria.
En el año 1910 se automatizó la máquina, proporcionando más seguridad al policía de tránsito que controlaba el paso. Su desarrollo vino con el paso de los años, pero los transeúntes no lograban adaptarse al significado de las luces y la mayor parte del tiempo, ocurrían accidentes por esta desincronización. Por ello, se instaló la luz amarilla, que se encargaba de advertir al conductor del cambio de la luz verde (paso libre a los conductores) a la roja (paso de los personas por las calles), facilitando gran parte del proceso.
Algunos ingenieros se referían a los peatones como “un obstáculo para la regularización del tráfico”, un hecho que provocó la preocupación, en el campo jurídico, por la importancia que se le estaba dando a la vida de todos los usuarios de la calle por igual. Hoy en día, existen diversos tipos de semáforos, como los convencionales, los peatonales, los ferroviarios y los especializados (para el transporte público, con opción de cambio y para los ciclistas). Igualmente, se ha iniciado el uso de luces led, por la menor cantidad de energía que utilizan, bajo riesgo de que emitan algún tipo de contaminante y el mínimo mantenimiento que suponen.