El valor de ser servicial, es sentir el amor y la voluntad de ayudar a los demás cuando nos necesitan, para ayudar a quien lo solicite. Ser una persona servicial, pensar en los demás y su bienestar, y más que eso, es idear formas de ayudarlos a ser felices y motivarlos para que logren sus sueños.
Las personas serviciales solo tienen el interés de sentirse bien con los demás y especialmente con ellos mismos, sabiendo que están dando lo que tienen, para causar sonrisas y bienestar en quienes los rodean.
Si bien es bueno ayudar a nuestro prójimo, ayudar y prestar atención, no debe caer en una actitud servil donde se deteriora la dignidad del sirviente, priorizando los deseos de los demás sobre los propios y desvalorizarse ante los demás. Al individuo servicial no le gusta colocarse en una posición superior, paternalista o arrogante de ser superior, pero lo hace desde su humilde condición de ser humano que siente empatía por los demás y por esa razón muestra solidaridad y cooperación.
Ser útil es «darse cuenta», es estar allí cuando alguien necesita algo; no es para aislarse en uno mismo sino para percibir si puedo ayudar a alguien. Ser útil es más que un conjunto de normas sociales, es una actitud de la vida; es la actitud de Cristo que «no vino a ser servida sino a servir». El servicio no solo nos lleva a aceptar cada uno, sino que nos lleva al compromiso con los demás. Vemos esto en Jesucristo mismo. Debido a que estaba en constante «tensión del corazón» por el servicio, no tuvo tiempo para sí mismo (ejemplo de la mujer samaritana). Esta actitud de servicio nos lleva a comprometernos con las necesidades de los demás y del equipo, nos lleva a buscar soluciones y nos metemos en problemas para el otro.
La servicialidad nos permite atraer el bien a nuestra vida, rebosar de satisfacción y alegría para hacer que nuestras relaciones interpersonales sean sólidas.