Los tumores pueden ser cancerosos o no cancerosos, lo que se conoce comúnmente como maligno y benigno respectivamente; la diferencia entre ambos radica en su forma y en su irrigación sanguínea: cuando los tumores son de forma irregular con bordes de diferentes formas y se encuentra recubierto por numerosos vasos sanguíneos de un gran calibre, se dice entonces que es maligno; en el momento que dicho tumor tiene un aspecto esférico totalmente perfecto sin ninguna irregularidad perceptible y se encuentra irrigado por pocos vasos sanguíneos con un diámetro pequeño, es calificado como benigno.
Como se mencionó anteriormente los tumores son producto de una mala división mitótica que resulta en una acumulación excesiva de las células en el cuerpo; cuando se altera entonces el equilibrio entre las células en división y las células muertas resulta la causa principal para desarrollar tumores. El sistema inmunitario juega un papel fundamental en esta patología, ya que los que se encuentran inmunosuprimidos tendrán menos control en cuanto al desarrollo celular lo que dificulta el cuadro del paciente, llevándolo progresivamente a la muerte segura.