Durante períodos de actividad, las zonas más débiles de la corteza de la Tierra se rompen por las altas temperaturas y presión, originando así un proceso de erupción, en donde los volcanes expulsan una gran cantidad de materiales ya sean líquidos o semifluidos (lavas), sólidos (cenizas, bombas volcánicas, pequeñas partículas o gravillas) y gaseosos, éstos últimos pueden ser muy variados y suelen contener azufre, cloro, carbono, oxigeno, nitrógeno, hidrógeno y boro.
Los volcanes se desarrollan en cordilleras en proceso de creación, así como en zócalos dislocados, y no en cuencas sedimentarias, de manera que el vulcanismo se encuentra asociado a las zonas tectónicas. Para que el magma ascienda es necesario que se encuentre suficientemente cerca de la superficie a fin de aprovechar el área de dislocaciones. Debe existir, además, una desequilibrio entre presión y temperatura.
De acuerdo con la naturaleza de la erupción, la actividad volcánica se puede clasificar en diversos tipos: hawaina, peleana, vulcaniana, estromboliana, vesubiana, pliniana e islándica.
Cabe destacar, que el vulcanismo no es un fenómeno exclusivo de nuestro planeta; es universal y cósmico. En la envoltura solar se registran manchas por donde salen llamaradas de materiales volátiles que alcanzan a muchos miles de kilómetros de altura. En la Luna se observa un sinnúmero de cráteres de volcanes extinguidos y en Marte se confirma una actividad volcánica intensa. Gran numero de aerolitos y meteoritos se atribuyen a erupciones volcánicas ocurridas en otros astros.