Lo imperecedero puede ser objetivo o subjetivo, según como la persona decida emplear la palabra, utilizando la razón, los hechos y las pruebas que lo confirmen o dejándose llevar por los sentimientos, emociones o pensamientos.
Cuando se usa de manera objetiva, comúnmente e utiliza el término para señalar algo o algún objetivo que ha tenido una duración en el plano universal, es decir, que existió en el pasado, sigue existiendo en el aquí y el ahora y demuestra que seguirá existiendo en el futuro, mostrando así una duración vida o presencia ilimitada o infinita. Ejemplo de ello puede ser el sol, el planeta tierra, la luna y los planetas.
Es objetivo porque es perceptible, existen pruebas y cualquiera puede corroborar que lo que se dice es cierto, ya que se está haciendo uso de la razón.
Por otro lado, se encuentra lo imperecedero que data de lo subjetivo, es decir, de lo que se piensa o se siente, que muchas veces viene dado por los sentimientos o creencias, estas últimas compartidas por alguien más y adoptadas por el individuo.
Ambos, sentimientos y creencias, hacen ver que son inducidos o que representan una estimulación o presencia de un agente externo.
En consecuencia, se expone como imperecedero aquello que se considera así, por motivación propia, más allá de porque se tengan las pruebas. Ejemplo de ello puede ser la amistad o el amor imperecedero, catalogado así por alguien, cuando lo invaden los sentimientos.
Por otro lado, se entienden como imperecederos a Dios, la virgen, dioses de la mitología griega, que tienen que ver con la religión y con el pensamiento o creencia.
A pesar de lo anteriormente expuso, el término ha trascendido y se ha empezado a utilizar en las compañías, teniendo una connotación económica. Por ejemplo, las empresas han empezado a denominar “productos imperecederos” a aquellos que logran conservar sus propiedades (olor, sabor, consistencia) durante un largo periodo de tiempo, antes de vencerse, descomponerse o estropearse.