El oído externo, por su parte, está comprendido por dos secciones: el pabellón auricular y el conducto auditivo externo; el primero, vulgarmente conocido como oreja, está situado a cada lado de la cabeza y es una estructura cartilaginosa, poseedora de pliegues en toda de toda su anatomía. El conducto auditivo externo continúa la cavidad del pabellón, extendiéndose 32 mm hasta el tímpano.
El oído medio es una pequeña cavidad ubicada entre la membrana del tímpano y el oído interno, alojándose en el hueso temporal. Contiene tres huesecillos, llamados martillo, yunque y estribo, los cuales forman “la cadena de huesecillos”, que tiene como misión transmitir de forma exacta y ampliada al oído interno las vibraciones de la membrana timpánica.
Mientras tanto, el oído interno está alojado en el peñasco del hueso temporal. Está formado por el laberinto óseo y el laberinto membranoso, además, está lleno de endofilia y rodeado por perinfilia, que, por cierto, vehicula los sonidos. El laberinto óseo se conforma por tres partes, el vestíbulo óseo y los conductos semicirculares. Por otro lado, el laberinto membranoso, está conformado por el vestíbulo membranoso, los conductos semicirculares y el conducto cóclear.
Curiosamente, el oído puede soportar hasta 120 dB, nivel considerado el límite, porque las molestias aparecen; pero cuando un sonido intenso y que puede causar dolor un mecanismo de protección se activa, lo que hace que un par de músculos tensen o rebajen el tímpano y la cadena de huesecillos automáticamente, reduciendo la cantidad de energía emitida a través de la cóclea.
El sistema de audición, como otros órganos pertenecientes al cuerpo humano, puede padecer enfermedades, algunas de ellas son: neurinoma del acústico, barotrauma, vértigo paroxístico posicional benigno, colesteatoma, otitis, laberintitis, enfermedad de Ménière, otosclerosis, presbiacusia, tinnitus, entre otras.
