Desde su descubrimiento por lo indígenas americanos la quinina era altamente conocida por su capacidades curativas, sin embargo en la sociedad colonial europea no se admitió su uso hasta que se demostraron sus usos para tratar la malaria. Este uso fue descubierto por lo indígenas cuando los conquistadores europeos trajeron consigo la malaria desde Europa, fue entonces cuando lo nativos descubrieron los efectos de la corteza del árbol del quino sobre la malaria. El nombre “quinina” deriva del dialecto quechua, específicamente de la palabra quina que significa corteza, posteriormente se le dio el nombre de “quina quina” a la corteza de un árbol de sabor amargo y con propiedades curativas de diferentes enfermedades y es de allí de donde se deriva el término quinina.
En el año 1737 el investigador Charles Marie de La Condamine, logró descubrir una de las formas de la quinina que mayor eficacia presentó en contra de la malaria, finalmente casi una década después en 1820 Joseph Bienaimé Caventou y Pierre Joseph Pelletier lograron aislar en su totalidad a la quinina, la cual antes de que fuera posible su purificación debía secarse la corteza del árbol, luego era molida hasta obtener un polvo delgado y luego se mezclaba con alguna sustancia líquida y luego esa mezcla se bebía. A pesar de los grandes avances tecnológicos la única fuente conocida de la quinina es el árbol de quino, que con el pasar del tiempo se ha logrado purificar aún más su síntesis.
El uso de esta sustancia a nivel medicinal puede llegar a provocar lo que se conoce como sincronismo, esto por lo general cuando las dosis administradas son demasiado altas, pudiendo incluso causar la muerte del paciente, ya que puede producir la formación de edemas en los pulmones, en el caso de mujeres embarazadas puede provocar el aborto.
