El término proviene del latín “naufragĭum”, conformado por “naus” (nave o navío) y “frangere” (romper).
Durante la Antigüedad clásica, es decir, el período de auge de la sociedad griega y el Imperio romano, cuando una persona sobrevivía a un naufragio, se daba a la tarea de pintar un cuadro, representando la trágica escena, para con este ir a través del pueblo, contando sus desgracias; posteriormente, si los pobladores se compadecían de su situación, es probable que le brindasen ayuda económica. Además de esto, era su deber presentarse en el templo de Plutón o Poseidón, Dios de los mares, y presentarle el cuadro, junto a sus ropas húmedas y el cabello; si, durante el naufragio, se perdieron todos sus bienes, podía simplemente ofrecer una rama de árbol con adornos.
Durante el siglo XX, durante las guerras, diversos naufragios se dieron. Sin embargo, quizá el más famosos de la historia fue el hundimiento del Titanic, embarcación propiedad de la compañía White Star Line, que se sumergió en las profundidades del océano Atlántico en la noche del 14 de abril de 1912; este sufrió un choque contra un iceberg, que terminó por generar grandes filtraciones en sus compartimentos más profundos. A bordo, se encontraban de las personas más ricas e importantes del mundo, puesto que eran un transatlántico de lujo; además, se hallaban cientos de inmigrantes que irían a America en busca de una mejor vida. En el año 1997, se estrenó una película sobre el trágico incidente, que toma por protagonistas a dos jóvenes, de distintas clases sociales, que se enamoran durante los cortos días del viaje del Titanic.