La amargura hace que la persona viva en constante ira, enojo que en su resultado se convierte en un resentimiento perpetuo sin curar, que amarga al espíritu perdiendo así la gracia de Dios Padre, viviendo en la experiencia del fracaso como medio de vida, fallando en las relaciones interpersonales, esta amargura es una herencia que pasa de generación a generación si no es curada desde la raíz de inicio, comenzando con la amargura hacia los padres por una disciplina excesiva y abusiva, áspera e intransigente, como la inconstancia y el abandono sintiéndose desvalorados; esto repercute a su vez en que sean padres flojos de una suavidad en la disciplina o al extremo de la disciplina aplicada con más severidad repitiendo los patrones pasados convirtiéndose en un círculo vicioso de vida sin fin.
La amargura trae consigo consecuencias físicas, mentales psicológicas y espirituales, las físicas se manifiestan en cualquier parte del cuerpo en un desequilibrio químico sobre todo en el estómago con úlceras, presión alta, provocando que la adrenalina emanada de estas emociones sean dañinas y causan una enfermedad más grave como el cáncer. Esto va de adentro hacia afuera lo emocional y lo espiritual tienen consecuencia que también dañan al organismo humano como las físicas, un espíritu y una mente enferma no avanza, se estanca, está en fatiga y produce insomnio y la falta de sueño se refleja en la cara con un rictus permanente en ella, que va carcomiendo los huesos con la imposibilidad de una conexión de amor con Dios, se convierte en dudas que impiden un desarrollo emocional, espiritual, físico como psicológico por la baja autoestima de sí mismo, que no sonríen y se impiden sanar y vivir plenamente.