El ateísmo, especialmente durante el siglo XVIII, en pleno desarrollo de la ilustración, sería una de las más comunes denominaciones entre las personas intelectuales, los filósofos y los científicos. Estos, básicamente, se apoyan en la falta de evidencia empírica (aquella que puede ser comprobada con el uso de los sentidos), al igual que el rechazo a los diversos conceptos religiosos que se encuentran en las doctrinas. Uno de los argumentos filosóficos más utilizados es el de la no creencia; en este, se afirma que, Dios, como ser omnipotente que desea que su creación esté consciente de su presencia, debería configurar las circunstancias de cada persona lógica, de modo que cada ser humano viviente crea en él. Sin embargo, como existen un grupo de “personas razonables” que no creen en su existencia, este no puede existir.
El ateísmo, en comparación a sus más lejanos orígenes, ha evolucionado de distintas formas. Éste, además de valerse de muchos más mecanismos para convencer a más personas de inexistencia de un Dios. Sumado a esto, las críticas a las doctrinas religiosas se han intensificado, puesto que se intenta rebatir cada uno de los conceptos allí presentados; es preciso resaltar que, de entre las religiones más desacreditadas, resaltan las de origen abrahámicas, tales como el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Según diversas estadísticas, en este siglo el porcentaje de ateos ha aumentado, al menos, 2 puntos, mientras que el porcentaje de personas religiosas ha disminuido 9 puntos; así, se observa cómo la población mundial comienza a dejar de lado las creencias religiosas.