Las cremaciones más pretéritas se realizaron en la época del neolítico en el ribereño mediterráneo. El naciente contiguo la disminución a cenizas estuvo como una práctica bárbara y se implementaba sólo en estaciones de plagas. Los babilonios, según Heródoto, disfrutaban de la práctica de aromatizar a sus muertos.
Se entiende que el ser humano comenzó a incinerar o calcinar cadáveres a partir del época del Neolítico, tanto en Oriente como en el Occidente. El judaísmo y posteriormente el catolicismo percibieron con mal perspectiva esta práctica, correspondiente al paganismo, que acababa con el cuerpo que es el santuario del alma y centro del bautismo cristiano, eligiendo el entierro. La cremación retornó recobrando relevancia desde los años 1860 y en el 1874, sus virtudes estuvieron expuestas por Sir Henry Thompson que anunció un libro denominado El tratamiento y Cremación del cuerpo después de la muerte, organizando conjuntamente la Sociedad de Inglesas de la Cremación.
El crematorio puede estar asociado a una capilla o a una sucursal funeraria, o además también podría ser de una fábrica autónoma o un servicio suministrado por un cementerio.
Los fogones utilizan un diverso número de fuentes combustibles, tales como el propano o el gas natural. Los novedosos hornos de cremación incluyen un técnico de inspección que monitorizan las circunstancias bajo las cuales la cremación tiene terreno. El especialista puede verificar los arreglos necesarios para suministrar una incineración más eficiente, así como de certificar de que la contaminación ambiental que acontezca sea imperceptible.