Dicho proceso genera una presión potencialmente perjudicial para los tejidos que conforman el cerebro, lo que desemboca en aumento del líquido en los ventrículos cerebrales, lo que se produce a causa de la obstrucción de los conductos ubicados en la parte inferior del cerebro.
Si dentro del cerebro todo funciona en perfecto orden, el líquido cefalorraquídeo circula a través de unos espacios estrechos, a los que se les conoce como «ventrículos», y sale del cerebro por medio de un depósito de pequeñas dimensiones que se localiza en la base del cerebro, al que se le denomina «cisterna». Este líquido es el encargado de distribuir nutrientes al cerebro; además de ello arrastra los productos de desecho de las áreas sensibles para que los mismos sea absorbidos por el torrente sanguíneo.
Por otro lado, si se produce una obstrucción en cualquiera de los ventrículos, el líquido cefalorraquídeo se acumulará en el cerebro, lo que da paso a la hidrocefalia. Dicha acumulación también se puede presentar cuando el plexo coroideo, genera una cantidad de líquido cefalorraquídeo excesiva o también cuando el torrente sanguíneo no absorbe las sustancias de desecho de forma adecuada.
Los síntomas de la hidrocefalía pueden incluir, mareos, parálisis, vómitos, las personas no pueden coordinar al moverse, puede haber pérdida de la conciencia, la visión en algunos momentos se puede volver borrosa, incontinencia anal, entre otros.
Cabe aclarar que la hidrocefalia es una patología que puede ser heredada, pero eso no quiere decir que no se pueda presentar de manera repentina en cualquier persona, hay datos que informan que en edades que superan los 60 años, existe un incremento en el porcentaje de afectados, siendo las principales causas de ello, la presencia de abscesos en el cerebro, tumores en el mismo, infecciones en la meninges y traumatismo en el cráneo.
