La historia de la formación de los latifundios se remonta a lo largo de los siglos XVIII y XIX, cuando los colonizadores y conquistadores militares (como la creación del Antiguo Imperio Romano, las invasiones germánicas, la reconquista española y la colonización del continente americano por los europeos) impulsaron la creación de estas áreas, de grandes dimensiones para explotar sus riquezas generando grandes cambios a nivel socio-económico y político.
Pueden variar los criterios que se necesitan para definir un latifundio, debido a que no existe una cantidad fija de hectáreas que transformen un campo a este nivel, en su lugar, éste depende de la locación en la que se encuentre y las prácticas asociadas a la producción agraria que se le apliquen.
En el continente europeo, con solo tener unos pocos cientos de hectáreas, un campo se puede convertir en un latifundio. Por su parte, el continente latinoamericano no cuenta con la misma ventaja, debido a que la explotación agrícola es mayor a la europea, para que un campo latino pueda ser considerado latifundio, éste debe contar con al menos diez mil hectáreas en su haber. Es importante señalar que, cuando las explotaciones agrarias son a menor escala, las áreas son denominadas minifundios.
En el ámbito económico y social, los latifundios se caracterizan por ser fincas en condiciones precarias, desprovistas de tecnología, con bajos rendimientos unitarios y el uso de la tierra suele estar muy por debajo del nivel de explotación máxima. Estas características son la razón por la que estas áreas suelen impulsar o mantener la inestabilidad social en una nación. Una de las soluciones a las que recurren los gobiernos de los países en los que estos se encuentran ubicados, es la reforma agraria que implica la modificación estructural de la propiedad, incluyendo la expropiación.