Quienes tenían la obligación de trabajar, eran todos aquellos hombres casados que contaban entre 18 y 50 años de edad, con aptitudes para trabajar en minas, en haciendas, construcciones de templos, puentes, caminos y formando parte del ejército. Estas actividades laborales se efectuaban por turnos rotativos y el estado se encargaba de proveer a los trabajadores de sus necesidades básicas.
La mita era considerada una gran fuente de ingresos, esta era realizada en tierras del jefe inca o en la de los sacerdotes. La obligatoriedad que implicaba la mita perduraba mientras los trabajadores estuvieran en esas tierras, ya que si las abandonaban (lo que se podía hacer libremente) cesaba la obligación.
Este sistema de trabajo obligatorio, continuó durante el periodo de la soberanía española, contribuyendo al desarrollo interno de una economía de mercado con servicios y productos para la corona española. Cada grupo indígena ofrecía a la corona una cantidad específica de trabajadores durante varios meses del año. Estos trabajadores eran llevados de sus lugares de origen hacia las zonas en donde requerían de sus servicios.
La mita decretaba cuotas laborales las cuales debían ser cumplidas por parte de la población indígena, según la asignación que hiciese el corregidor (funcionario real encargado de ejecutar todo tipo de obras públicas), tanto para el servicio del encomendero (era quien hacía cumplir las órdenes del rey) como del propietario de tierras o hacendado. A cambio de la fuerza de trabajo, el encomendero tenía la obligación de catequizar en la religión católica a las personas que le habían sido encomendadas.