A la progeria también se le conoce como síndrome de progeria Hutchinson-Gilford, en honor al médico ingles Jonathan Hutchinson quién fue el primero en hallarla y de Hastings Gilford, quien ejecutó distintos análisis acerca de su características y desarrollo.
Los pacientes que presentan esta enfermedad, manifiestan las siguientes características clínicas: Poca estatura, ojos prominentes, canas en la infancia, calvicie prematura, piel arrugada y seca, cráneo de gran tamaño, ausencia de pestañas y cejas, extremidades finas y esqueléticas, alteración en la dentición, problemas cardiacos, arterioesclerosis, osteoporosis, artritis, cataratas, manchas en la piel, entre otras.
Los niños que nacen con esta condición, aparentemente se muestran normales y es a partir de los doce meses cuando comienzan a aparecer los primeros signos de la enfermedad. Los niños con progeria tienen una esperanza de vida de 13 años, aunque existen casos en donde mueren más jóvenes o viven hasta los veinte años.
Es importante aclarar que esta enfermedad no se origina porque el padre o la madre se encuentran inclinados genéticamente a generar el trastorno. Todo lo contrario, esta enfermedad, como ya se ha mencionado, es ocasionada por una mutación espontánea al momento de la concepción. Esta enfermedad ocasiona que los niños envejezcan rápidamente (se estima que ocho veces más rápido de lo normal), es por esto que genera todo tipo de afecciones vinculadas con la vejez. Por otro lado, a nivel psicológico el niño con progeria, presenta un desarrollo mental acorde con su edad, con emociones e inteligencia propia para la edad que tienen.
Actualmente no existe un tratamiento que arroje resultados positivos en el combate de esta enfermedad. Pero sí existen tratamientos para aliviar o prevenir algunos de los efectos que puede ocasionar dicha afección, por ejemplo derrames cerebrales, enfermedades del corazón, entre otros.