Esta palabra se origina a partir del vocablo latín “religiosĭtas”, que puede traducirse como “cualidad de religioso” o “dedicado a la vida religiosa”. Desde tiempos inmemoriales esta conducta ha existido, tanto en oriente como en occidente, pero con centros filosóficos distintos. Estudios demográficos se encargaron de revelar que, en dependencia del trasfondo cultural de cierta región, el individuo puede adoptar hábitos religiosos o, bien, no adoptar ninguno. A esto se le suma la importancia, por país, que tiene las personas con respecto a la religión; aquellas doctrinas que se imponen con más fuerzas o tienen líderes de mayor poder, tienden a ser las más exitosas y, por consiguiente, de mayor relevancia para la ciudadanía.
Como se mencionó anteriormente, la religiosidad de la especie humana tiene una serie de componentes, estos son: la cognición (conocimiento), que a su vez se subdivide en ortodoxa convencional y la ortodoxa particular, el sentir o el afecto (con la capacidad de afectar el espíritu), que se divide en palpable, tangible o material e intangible o inmaterial o idealista, además del comportamiento (en el mundo material o físico), siendo este comportamiento religioso y participación religiosa.