Hacia el siglo X, las familias con estabilidad económica y social podían tener ciertos lujos; entre ellos estaba la presencia de sirvientes, que les atendieran, en cualquier momento, las necesidades. Los ancianos, para el cuidado que requerían, tenían siervos especiales, a los que llamaban “samuráis”. Esta acepción cambió cuando, al finalizar las Guerras Genpei, el nuevo gobierno sería de corte militar y reduciendo la participación del emperador en la toma de decisiones políticas; esto, traería privilegios a la clase militar y les concedería gran poder con respecto al gobierno del país. La lucha de poder entre los diversos clanes no se hizo esperar, por lo que a menudo se le denomina a este período como “los estados en guerra”.
El liderazgo de los samuráis se mantuvo hasta el siglo XVII, cuando un nuevo comandante estuviera al frente, reduciendo los privilegios que los guerreros de élite tenían. Esto, con el paso de los años, quebrantaría el poderío de los hombres, hasta la llegada del siglo XIX, cuando, con la Restauración Meiji, el Emperador tomara el poder de nuevo en sus manos. Los samuráis quedarían en la historia como honorables hombres, con fantásticas armaduras y armas de estupendo filo, cuyos métodos de combate eran limpios y, en gran medida, perfectos.