Los vitrales eran ya bastante comunes en las iglesias románicas. Sin embargo, su apogeo se da es durante el predominio del estilo gótico, por lo que su uso se vio extendido y normalizado. Estos solían tener un aspecto similar al de un mosaico y se hacía uso de una gran cantidad de colores para la representación de los motivos religiosos, a excepción del negro y el gris, debido a que eran empleados en los contornos. Hacia el siglo XVI, se dispone de vidrios incoloros cualquiera, a los que se les aplican esmaltes, a semejanza de un lienzo. En el siglo XVIII ya son escasos los vitrales estudiados de esa época, puesto que casi todos son imitaciones de obras anteriormente realizadas.
El proceso de creación de los vitrales era bastante sistematizado, consistiendo en el corte de un patrón, pigmentación de los trozos y la cocción en horno. El vidrio se obtenía a partir de la mezcla de sílice, potasa y lima; los pigmentos, por otra parte, no son más que óxidos minerales. Estos, una vez terminados, eran destinados a servir de decoración en iglesias, normalmente, como ventanas.