A la eucaristía también se le llama sagrada comunión, cena del Señor, santísimo sacramento, o misa; y tradicionalmente la iglesia católica, ortodoxa, anglicana y algunas luteranas, lo aceptan como el sacramento del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, bajo la especie de pan y vino, siendo pues el inicio y culminación de la vida de todo cristiano.
Según las santas escrituras, Jesús la noche antes de comenzar su pasión, celebró junto con sus apóstoles la última cena; él a sabiendas de que pronto no estaría físicamente en este mundo, quiso dejarles algo a los hombres para que siempre lo tuvieran presente. Así que en la última cena Cristo tomó el pan, dio gracias lo partió y se los dio diciendo: “Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros. De la misma manera, luego de cenar tomó el vino diciendo: “este es el cáliz es la nueva alianza en mi sangre que va ha ser derramada por vosotros. Haced esto en conmemoración mía”.
Cuando Cristo dice: “haced esto en conmemoración mía”, le confió a sus apóstoles la potestad de celebrarla, desde ese entonces y hasta la actualidad, los sacerdotes son los autorizados por la iglesia para consagrar el pan y el vino. Entendiéndose la palabra consagrar, como la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del señor.
Cuando un creyente recibe la eucaristía, está recibiendo el cuerpo de Cristo. Para poder participar de esto, la persona no debe tener pecados; si un individuo ha cometido pecado mortal no debe comulgar sin antes haberse confesado. Si el pecado es venial o pequeño, solo basta arrepentirse, y pedirle perdón a Dios de corazón, para poder recibir la eucaristía.