También se encontraban dentro de ese genocidio personas consideradas para ellos como “impuras”, las cuales eran los gitanos, homosexuales, discapacitados, dementes, prisioneros de guerra soviéticos, y, en general, cualquier persona que los nazis consideraran una amenaza.
Cuando el régimen nacionalsocialista (nazi) alcanzó el poder en Alemania en 1933, adoptó de inmediato medidas sistemáticas contra los judíos. Todo el que tuviera descendencia judía lejana era considerado judío como tal automáticamente, sin que se tuviera en cuenta ni si este individuo era miembro de la comunidad religiosa judía ni su lugar de nacimiento.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, casi dos millones de judíos polacos estaban bajo poder nazi, se establecieron guetos en todo el territorio de Polonia, y obligaron a los judíos a concentrarse allí, una vez concluido el reasentamiento, los guetos fueron acordonados y aislados con una cerca o un muro. Todo aquel que intentará salir corría el riesgo de ser condenado a muerte o acribillado a tiros en el acto por los guardias.
Posteriormente se ideó un nuevo método de exterminio: los campos de concentración, los cuales funcionaban como auténticas fábricas de muerte, presentaban cámaras de gases, en donde muchos judíos murieron en éstas. Con el transcurso de los años numerosos judíos de toda Europa (Francia, Países Bajos, Italia, Alemania, Hungría, España, etc.), fueron trasladados a los campos, y empleados como mano de obra en industrias; algunos fueron sometidos a experimentos médicos, otros murieron a causa del hambre, de las enfermedades o las ejecuciones.
La victoria de los aliados impide al régimen nazi llevar a término su programa de exterminio. Sin embargo, el balance fue aterrador. Todas las investigaciones históricas y cálculos coinciden en que fueron asesinados entre cinco y seis millones de judíos. A pesar de la importante evidencia documental sobre el carácter sistemático del exterminio, ciertas personas niegan el Holocausto o minimizan el número de asesinatos producidos.