En la lejana Edad Media, el sistema económico imperante era el feudalismo. En este, los feudos o señores ejercían gran poder sobre tierras y esclavos. El principal objetivo de estos era el de acumular cuanto bien como fuese posible y, si tenía la posibilidad de adquirir alguno de más valor, lo haría. Es así como algunos feudos compraban bienes a otros feudos. Generalmente, se procedía a esto mediante la redacción de un título de propiedad primitivo, que le concedía una serie de derechos sobre la propiedad al nuevo señor. Al concretarse la operación, era bastante común que, en el caso de ser una propiedad o un vasallo, se procediera a plasmar algún símbolo característico del nuevo dueño, que indicase que ahora estaba bajo su dominio; sin embargo, en algunos casos se les hacía entrega de un pequeño bastón o, bien, se confería la investidura “per festucam seu per baculum et virgam”.
Actualmente, las investiduras son divididas en dos grupos, las presidenciales, aquellas en las que se le hace entrega de los poderes de la nación al nuevo presidente, y las parlamentarias, es la aceptación de un nuevo presidente, además de la renovación de los congresistas que conforman el parlamento.