La curiosidad del hombre le llevó a idear y construir el telescopio, con el que finalmente pudo observar de cerca de las estrellas. Sin embargo, no fueron sólo estas las que tuvieron el placer de observar, pues, también advirtieron la presencia de otras galaxias, agujeros negros, asteroides y, por supuesto, las nebulosas. Cabe destacar que, anteriormente, “nebulosa”, era una palabra utilizada para nombrar a cualquier cuerpo que tuviera una apariencia un tanto difusa o borrosa; esto cambió en el siglo XIX, en el que, paso a paso, se fueron acuñando los términos adecuados para cada formación.
En nuestros días, las nebulosas han sido clasificadas en tres grupos, tomando en cuenta su emisión y absorción de luz. La primera de estas, las nebulosas oscuras o de absorción, se distinguen por estar alejadas de las estrellas y absorber gran parte de la energía que estas irradian. Luego se encuentra las nebulosas de reflexión, que se caracterizan por reflejar la luz de las estrellas cercanas, pero cuya intensidad no es lo suficientemente fuerte como para excitar los gases de la misma. Por último, se encuentra la nebulosa de emisión, la clase más conocida, cuyos gases brillan intensamente, como producto de la emisión de rayos UV por parte de estrellas calientes cercanas.