La seda, originalmente, fue producida en China, hacia el año 1300 a.C. Esta, por su alta calidad y coste, estaba reservada sólo para la familia imperial china; sin embargo, con la expansión de su producción, el uso de la misma se volvió muy popular para otras clases sociales, convirtiéndose en una fibra muy demandada y apreciada, debido a sus peculiares características, por los comerciantes. En India, la seda también estaba reservada para las clases más altas, mientras que los pobres tenían que vestirse con prendas de algodón; en la actualidad, los “sari”, las vestiduras tradicionales, son realizadas con este material y sólo se utilizan para bodas o celebraciones de gran importancia. Llegó a Europa cuando el Imperio Bizantino aún estaba en pie, convirtiéndose la ciudad de Constantinopla en el principal productor de seda, controlando el monopolio del continente.
La seda permite el reflejo de la luz del sol desde todos los ángulos, lo que le permite tener ese brillo que tanta la caracteriza. Por su estructura fina, es muy utilizada en climas calurosos y, en días templados, su baja conductividad permite que el calor se concentre cerca de la piel. Es muy utilizada para fabricar ropa de alta costura, ropa interior, pijamas, ropa de cama e, incluso, cortinas.