En la cultura griega se le daba una gran importancia, pues el hombre que lograba realizar grandes acciones por su pueblo, se creía, era premiado por los Dioses con fortuna y los mejores instrumentos, dependiendo de la profesión a la que se dedicaba. Una prueba de ello se encuentra en la leyenda de Hércules, el cual derrotó al un ejército mucho más grande que el suyo, por lo que Zeus decidió lo recompensaría con armas únicas y escudos que habían.
En la romana, las virtudes se podían clasificar en personales y públicas, la primera engloba las siguientes características: autoridad espiritual, humor, merced, dignidad, templanza, tenacidad, humanidad, sentido de la importancia, trabajo duro, sumisión, prudencia, salud, severidad y verdad; mientras que las públicas declaraban: abundancia, igualdad, buena suerte, clemencia, concordia, felicidad, confianza, fortuna, espíritu de Roma, alegría, justicia, contentamiento, liberalidad, libertad, nobleza, riqueza, paciencia, paz, piedad, providencia, modestia, seguridad, esperanza, fertilidad, coraje.
Por su parte, las virtudes cristianas teologales son: la fé, definida como la creencia irrefutable en Dios; esperanza, esperar cuando el bien triunfe sobre el mal; caridad, consiste en ayudar y preocuparse por el prójimo. La virtudes cardinales son: prudencia, ser moderado y estar consciente de lo que hacemos; fortaleza, estar fuerte ante la llegada del oscuro; justicia, tratar con igualdad a las demás personas; templanza, saber identificar las cosas completamente necesaria para la vida.