La mayor parte de los países de Europa adoptaron (unos más que otros) esta manera de gobernar, aplicando su evidente poderío como mecanismo para promover la cultura y el mejoramiento de la situación social de sus súbditos.
Hay una frase que se puso muy de moda durante esa época y era la siguiente: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, esta frase era propia del despotismo ilustrado, el cual se caracterizaba por su naturaleza paternalista, en desacuerdo con las ideas desarrolladas entre los enciclopedistas que estimaban necesario la participación del pueblo en los temas políticos.
El despotismo ilustrado se valió de una serie de modificaciones, para poder mantenerse, ya que para ese entonces, muchas de las naciones europeas atravesaban por una fuerte crisis política y económica, es por esto que muchos monarcas comenzaron a flexibilizarse y comenzar a aprobar ideas reformadoras propuestas por los eruditos de la época, con el objeto de impulsar la renovación de la economía y las finanzas. Sin embargo, no todo fue tan generoso, ya que jamás significo una mayor intervención en la política de los sectores que la exigían, todo lo contrario, le daba al monarca mayor poder.
A pesar de esto, toda esta corriente política fue decayendo para finales del siglo XVIII, ya que todas estas ideas sugeridas por la ilustración, fueron aceptadas por los reyes, lo que hizo fue encender la mecha en los sentimientos de los sectores desfavorecidos, sobre todo de la burguesía, quienes combatieron este sistema por considerarlo productor de desigualdad social.
Los más resaltantes representantes del despotismo ilustrado fueron: el Marqués de Pompal, José II de Alemania, Federico II de Prusia, Catalina II la grande.
