Aristóteles argumentaba que el tartamudeo era producto de ciertas deformidades presentes en la lengua, pues, esta no “podía seguir el curso y la rapidez de las ideas”. Esta creencia se mantuvo hasta el siglo XIX; pero, mientras se mantuvo en auge, se llevaron a cabo diversas intervenciones quirúrgicas, en las que se modificaba la lengua, se le añadía una prótesis o se eliminaban por completo órganos como las amígdalas.
Se estima que sólo el 1% de la población mundial adulta tartamudea. Esto se debe a que una gran parte de los infantes que la padecen, la superan en la adolescencia. Sin embargo, esto puede le puede causar al afectado depresión, ansiedad e, incluso, fobia social, como fruto de la inseguridad que les genera el posible rechazo social por su condición, además de la frustración generada por no interactuar de un modo adecuado con los individuos del entorno. Los hombres, asimismo, son más propensos a experimentar esta condición que una mujer en 75%, aumentando esta posibilidad a un 77% si nació con un gemelo monocigótico disfémico.